Migracions, drets humans, cine per a la transformació social: una perspectiva des d’Itàlia

Ripa Valentina
In corso di stampa

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Italia, históricamente conocida como país de emigración, especialmente desde sus regiones del sur y las islas hacia América, Europa y Oceanía, se ha transformado en las últimas décadas en un país receptor y de tránsito de migrantes. La memoria colectiva italiana está marcada por la nostalgia y las dificultades de quienes partieron en busca de una vida mejor, como reflejan canciones populares y la literatura. Sin embargo, a pesar de haber sufrido discriminación en el pasado, Italia y Europa han ido endureciendo sus políticas migratorias, convirtiéndose en una “fortaleza” que dificulta el acceso a quienes buscan una vida digna. El endurecimiento de las leyes, la externalización de fronteras, la criminalización de la migración, los acuerdos con Libia y, últimamente, con Albania, han generado sufrimiento y muerte entre quienes intentan llegar a Europa. El país, que fue solidario en otras épocas, ahora participa en la detención y deportación de migrantes, muchas veces vulnerando derechos fundamentales y exponiéndolos a riesgos extremos, como el cruce del Mediterráneo en condiciones precarias. No solo la migración internacional ha marcado la historia italiana; también las migraciones internas, del sur pobre al norte industrializado, han generado racismo y exclusión. Ejemplos históricos como los carteles de “No se alquila a gente del sur” en el norte del país o “Prohibido el paso a perros y a italianos” en Bélgica muestran que la discriminación ha sido parte de la experiencia migratoria italiana. A partir de los años 60, Italia empezó a recibir inmigrantes que inicialmente eran absorbidos con cierta facilidad, principalmente para trabajos domésticos y agrícolas. A poco a poco, con la intensificación del fenómeno migratorio, sobre todo desde 1989 y sin una política adecuada de acogida y concesión de derechos a los que buscaban asilo o que simplemente querían vivir y trabajar en Italia, muchos inmigrantes acabaron en las garras de la delincuencia organizada y aparecieron figuras como el “caporale”, símbolo, casi, de las nuevas esclavitudes. A pesar del progresivo cierre de las políticas migratorias, siempre ha existido en Italia un movimiento de solidaridad y defensa de los derechos humanos. La sociedad civil italiana ha mostrado su solidaridad en momentos clave, como la acogida de exiliados latinoamericanos en los años 70, especialmente tras el golpe de Estado en Chile. Sin embargo, la respuesta institucional en esa época fue ambivalente, alternando gestos de apertura con complicidad en políticas represivas, como ocurrió con la dictadura argentina. Más adelante, el principio de los flujos migratorios propiamente dichos y episodios como el desembarco del barco albanés Vlora en 1991 fueron percibidos por muchos como una “invasión”. En el caso del Vlora, aunque la población y la administración locales mostraron solidaridad y abertura, las autoridades nacionales optaron por la repatriación de la gran mayoría de los migrantes, manteniéndolos, mientras organizaban el regreso, confinados en condiciones indignas. Esa tendencia se ha acentuado con leyes cada vez más restrictivas hasta llegar a la criminalización de la ayuda a migrantes, fenómeno que se observa en toda Europa. El cine, la música, las artes visuales, una parte del periodismo y del fotoperiodismo (que se ha ido haciendo siempre más minoritaria, pero también por eso es muy significativa) y la sátira, muy viva, como se observará también en las viñetas elegidas para este artículo, han desempeñado un papel fundamental en la denuncia de la situación de los migrantes y en la promoción de una conciencia crítica. Películas como Terraferma de Emanuele Crialese, Io sto con la sposa de Gabriele Del Grande y Io, capitano de Matteo Garrone han mostrado el drama humano de la migración y la necesidad de solidaridad, poniendo rostro a quienes suelen ser invisibles en los medios y la política. Experiencias como la de Riace, en Calabria, donde el alcalde Mimmo Lucano impulsó un modelo de acogida e integración de migrantes en un pueblo despoblado, han demostrado que es posible una convivencia enriquecedora y beneficiosa para todos. Sin embargo, estos modelos han sido perseguidos judicialmente y obstaculizados por el Estado. El artivismo (activismo a través de las artes), los colectivos de activistas y las ONG, como Mediterranea Saving Humans, han sido clave en el rescate de migrantes en el Mediterráneo y en la denuncia de las políticas de cierre de fronteras. Al mismo tiempo, festivales de cine, documentales y producciones independientes han contribuido a visibilizar estas realidades y a fomentar el debate social. En conclusión, el texto expone que, justo en países como Italia y Europa, con una importante tradición de teorizaciones, leyes y prácticas en defensa de los derechos humanos, las políticas actuales de migración y asilo vulneran estos principios y perpetúan el sufrimiento. Frente a la criminalización de la migración y la solidaridad, el arte y el activismo siguen siendo herramientas esenciales para la transformación social, la denuncia de injusticias y la construcción de una sociedad más abierta y humana y el desafío sigue siendo abrir vías legales y seguras para la migración, garantizar los derechos fundamentales de todas las personas y promover una cultura de acogida y respeto.
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Utilizza questo identificativo per citare o creare un link a questo documento: https://hdl.handle.net/11386/4918116
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